Costa de Marfil: un país, dos realidades
La migración marfileña ya no sucede a causa de conflictos o cuestiones sociales. Las razones económicas y las condiciones de vida son el principal motor del éxodo.
Existe una frontera que trasciende las paredes físicas, una línea que no podemos ver, pero que es imposible romper, establecida más allá de los sueños y los deseos: la de la supervivencia y desesperación. No la verás por mucho que busques en los mapas, pero la puedes sentir. Desde los barrios más peligrosos y desamparados de Abiyán y hasta las costas del Mediterráneo.
La vida pasa a ser una lucha constante por la supervivencia. Se presentan las rutas migratorias, cargadas de sentimiento y sacrificio. Quienes las cruzan, lo hacen también emocionalmente, cargando el peso de sus decisiones y el arrepentimiento de marchar. Se juntan realidades que pueden parecer opuestas, pero que comparten un nexo de precariedad.
No se trata de cruzar límites geográficos. Son barreras emocionales. Cada paso suma un peso. Cargas emocionales, miedos, y arrepentimiento. La despedida de una madre, un hermano, un hijo. Son un camino de transformación. Un proceso mental. Quienes las cruzan no solo dejan atrás un hogar, una familia, una vida. Se dejan atrás a sí mismos. Es un proceso de redefinición. No solo son los cuerpos los que quedan marcados. El alma recuerda, se transforma y no vuelve atrás.
La historia de Isabelle y el camino hacia lo desconocido
Benys Isabelle partió de Abiyán. No despertó un día y decidió que quería una vida nueva. No se fue sin mirar atrás y, desde luego, no fue un proceso fácil. Buscaba una escapatoria: alejarse de la pobreza y conseguir condiciones de vida dignas. Europa no era su primer objetivo. Pero la vida la obligó a partir.
Podríamos decir que Isabelle se levantó un día, con el sonido del viento flotando entre las vainas de cacao. Que tras una breve mirada a su hermano, decidió que haría lo que fuera porque él pudiera vivir bajo condiciones dignas, no como ella. Que, con un soplo de valentía, emprendió su primer viaje hacia Ghana, en búsqueda de ayuda para salir de ese pozo.
No queremos romantizar, ni vender esta historia como una de superación y logros. Hay un abismo que separa la ficción de la realidad, y hemos de asegurar que quien escuche su historia sienta lo que sentimos nosotros al indagar sobre el tema.
Lo cierto es que Benys Isabelle fue afortunada, tuvo la oportunidad de estudiar, pese a lo cual no consiguió encontrar empleo. Con su licencia de enfermera, y ante un inminente conflicto armado huyó hacia Ghana. No demasiado lejos. No pretendía separarse demasiado de su familia. Lo justo para esconderse un tiempo y conseguir trabajo. Ahorrar y, una vez terminada la batalla, volver. No fue un viaje fácil. Partieron tres y llegaron dos.
Fue en su breve estancia allí cuando conoció a una mujer que le ofreció el mundo: un contrato, un billete de ida y fe. Pero para ello debía volver a desplazarse. Volvió a casa y no tardó mucho en marchar.
Partimos de un territorio marcado por desafíos y disputas desde el 1960, año en que se declara la independencia de Francia. El primer mandato, a manos de Félix Houphouët-Boigny constituyó un primer periodo de estabilidad y crecimiento político. Pero nada dura para siempre. En el 2002 comienzan los conflictos: un millón de personas salen del país. Una primera guerra divide la región entre norte, zona de rebeldes, y sur, bajo el mandato del gobierno. En el 2022 se registraba que el 9.7% de la población marfileña era migrante. 2,57 millones de marfileños que han tenido que salir de su hogar, territorio que les vio nacer, según cifras de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Pero la guerra no es ni la única ni la principal causa para este éxodo masivo.
El sistema pasa de ser Keynesiano, donde el mercado lo regula el mercado, a un sistema de base capitalista pero con gran intervención de las instituciones. Seguimos con medidas socialistas, como la cobertura universal únicamente para los funcionarios. Pero es tan solo un periodo, pues volvemos a un sistema en el que ir a la escuela cuesta muy caro.
La economía se sostiene gracias a la agricultura. Son los primeros exportadores de cacao a nivel mundial. Existe un breve resquicio de industria y, gracias a su posición, se utilizan sus infraestructuras portuarias para el comercio interior. Pero no es suficiente, los impuestos ahogan a la comunidad. Se convierten en la base del régimen.
Cuando se trata de un enfrentamiento o escasez, la gente se moviliza en busca de protección. No migra a un lugar lejano. Se presenta un plan, siempre prevalece la intención de volver al hogar una vez superada la problemática. Se desarrollan campos de desplazados, refugiados que conviven dentro de África. “Yo creo que el proceso migratorio tiene mucho que ver con una búsqueda de una vida mejor, no tanto de huir de un conflicto o una hambruna” comenta Chema Caballero, asesor de ONGs que trabajan en África
Tras las rutas del dolor: migración, memoria y resiliencia
Dagauh Komenan, historiador natural de Costa de Marfil, nació en la capital. Yamusukro, un pequeño municipio sin poder económico en la nación. Siendo su madre profesora de primaria, desarrolló rápidamente el amor por la historia. Su relato es muy diferente, pues su viaje no surgió como respuesta a una necesidad directa, se fue para continuar sus estudios en Relaciones Hispano-Africanas.
“Bueno, hay tres” Cuando se trata de rutas, Komenan sabe de lo que habla, ha visto demasiado. Explica de manera precisa: Níger, Libia, Mediterráneo, Italia o Malta; Malí o Níger, pasando Argelia y llegando a Marruecos, y ya entonces, hacia Europa. Cuando Benys Isabelle emprendió su segundo viaje, aprovechando su nuevo contacto establecido en Ghana, lo hizo de manera inusual. Su viaje hacia el África noroccidental no fue en patera, ni mucho menos a pie, sino que su desplazamiento lo realizó en avión.
La población de África Occidental se ha situado siempre entre las más móviles del mundo. No es hasta la última década que estos mismos movimientos han empezado a generar tensiones. Sustentamos la discriminación en base a la concesión de la ciudadanía a personas que se presentan como foráneas. Se las margina en diferentes hábitos político-sociales. Se ponen trabas en la concesión de tierras y en la búsqueda de empleo.
Dentro del continente, la peregrinación genera violencia y conflictos. Se observan discusiones entre los locales y quienes acaban de llegar. Se urbaniza de manera precipitada. Crecen los barrios que se sumergen bajo olas de inestabilidad. Una plaga de jóvenes desempleados y marginados que se desarrolla bajo un sentimiento colectivo de desigualdad. La gran cantidad de políticas en las que no se les tiene en cuenta generan frustración y exclusión. Aumentan las pandillas. Aumenta el resentimiento hacia un estado corrupto.
Las estadísticas pueden mostrar, de manera insensible, un número concreto, pero es en las historias reales en las que encontramos a la persona y su sufrimiento. Isabelle relata los hechos con una sonrisa y siempre serena. Tras la guerra, decidió volver a su país e intentarlo de nuevo. Con su pasaporte y una promesa de ayuda. Emprendió su viaje.
Las rutas son un conocimiento común, un nexo entre aquellos que tienen la desgracia de conocerlas. No es solo el suelo que se pisa. Son quienes sufren el viaje. No es solo la geografía. Son las vidas que han pasado por ellas.
La ruta a través del Mediterráneo Central es la más común, pero quien pretende atravesar Marruecos tiende a decantarse por la valla de Ceuta y Melilla. No podemos olvidar Canarias, la más peligrosa de todas, pero la única accesible desde Senegal o Mauritania.
Todas presentan un reto por sí solas, visados, dinero, intermediarios y mucho valor. Es un proceso largo y difícil física y mentalmente. Para Benys Isabelle y Komenan no son datos. No es geografía. No es historia. Son recuerdos, dolorosos y traumáticos, que no van a poder olvidar. Son dos versiones de la misma historia. Imágenes grabadas a fuego en la memoria, que ambos nos comparten con una expresión tranquila e imperturbable.
No es solo cruzar fronteras. Es sacrificio. Es enfrentarse a las limitaciones que el propio cuerpo te presenta. Es cambiar de hogar, alejarse de los tuyos. No son solo rutas, son cientos de historias esperando a ser escuchadas.
Sombras de Abiyán: la brecha entre ricos y pobres
Abiyán es la capital económica de Costa de Marfil. Con grandes centros comerciales lujosos y numerosas multinacionales que destacan especialmente frente a los barrios donde el agua potable es un lujo y la electricidad un sueño. No es más que fachada: “El crecimiento no es inclusivo. Existen dos países: el de los ricos que pueden permitirse todo, y el de los pobres, que no tienen nada.” Komenan habla con la voz de quien ha callado demasiado.
El Milagro Marfileño, un periodo de crecimiento económico sucedido entre los años 60 y 75, llevó al ámbito macroeconómico en el que se encuentran ahora. Habiendo superado a Senegal en términos de potencia económica.
Pero el crecimiento no es inclusivo. Las cifras presentadas a nivel internacional no concuerdan con las condiciones que se establecen en el pueblo. La región está dividida. Dos mundos que ni se topan. Por un lado, un país de adinerados con medios para vivir de manera lujosa. Por el otro, uno que no tiene absolutamente nada y se las apaña para sobrevivir sin medios.
La migración marfileña, hoy en día, se da principalmente por causas económicas antes que por cualquier otra. Son los marginados que deciden marchar. Los valientes que buscan una solución. Se prohíbe la economía informal. El gobierno controla todos y cada uno de los dominios. Existe una persecución por parte de las fuerzas armadas hacia todo aquél que pretenda llevar a cabo una actividad que no esté explícitamente dictaminada por las autoridades. Se incita a las grandes empresas a explotar todos los aspectos de la economía, mientras los pequeños negocios van desapareciendo poco a poco. La gente del pueblo se queda sin opciones.
Este tipo de políticas comienzan junto a la posguerra, desde el 2012, donde comienza un supuesto crecimiento económico. Las grandes empresas que se instalan dentro del país tienen la capacidad, aprobada por la jefatura de estado, de repatriar todo el dinero generado en el territorio. La población marfileña goza de lujosos Zaras, Burger Kings, entre otras multinacionales a pie de calle. Pero estos no aportan absolutamente nada a la economía de la nación. Mientras, sistemas como el educativo o sanitario son prácticamente inaccesibles para la población.
De hecho, se produce un esfuerzo importante a la hora de atraer este tipo de empresas. Es una medida desesperada por aparentar riqueza. Pero no es la única que, además, afecta al pueblo. Se ofrecen incentivos para la exportación de producción agrícola. No hay autosuficiencia alimentaria. La comida que se importa lo hace con un valor añadido.
Los agricultores se enfrentan cara a cara contra las grandes empresas. No hay forma de competir. El campesino necesita vender su producción para vivir. Necesita pagar escuelas, gastos médicos, comida, etc. Las grandes empresas aprovechan la situación, comprando ese mismo producto a un precio muy por debajo de lo estipulado por el estado marfileño.
Quien parte no suele hacerlo por egoísmo. No lo hacen por el bien propio. Es un sacrificio familiar, un intento de sustentar a los que se quedan atrás. Dagauh Komenan es claro cuando lo cuenta: “Una transferencia de 50 euros al mes puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.” Al cambio, en Costa de Marfil el salario mínimo se sitúa alrededor de los 100€, muy por debajo de lo necesario para cubrir necesidades básicas. La presión es constante, crecen las tensiones familiares y las relaciones se debilitan.
De sueños a cicatrices: los rostros ocultos de la migración
Chema habla de 3 tipos principales de migrantes. Basándose en las motivaciones y expectativas que moviliza a cada colectivo. Gente sin estudios formales: pescadores, agricultores… Personas que van a la aventura, sin saber si podrán ejercer su oficio allá donde vayan. Se enfrentan a un mundo nuevo sin herramientas que faciliten la adaptación.
Personas con estudios, convencidos de que en Europa podrán hacer uso de su título, cuando realmente convalidar un certificado de esa índole es prácticamente imposible. Se encontrarán un camino de decepción y frustración, dejando en el olvido el esfuerzo sufrido.
Y el último grupo. El que comprende la gran parte del conjunto. Aquellos a quienes les da igual. No importa, buscan cualquier oportunidad. Lo importante es vivir y mandar dinero a casa, trabajando en cualquier ámbito con tal de conseguir el objetivo.
Independientemente del objetivo, el camino rara vez lo decidirán ellos. Las mafias controlan este tipo de viajes. Movilizan a la gente de manera cruel y sin miramientos. Jornaleros a los que explotarán hasta la saciedad. Redes de prostitución de gente joven, tanto hombres como mujeres. Tráfico de personas. Convierten a la gente en ganancias. Para ellos no existen las personas, son mercancía.
Isabelle tuvo la suerte de poder salir de Marruecos, donde el racismo y la explotación la obligaron a huir. Pero ese no sería el final de los abusos. El camino hacia Europa no es fácil. Es un camino plagado de dolor del que rara vez se oye hablar. Es más fácil mirar hacia otro lado.
Una transferencia de 50 euros al mes puede significar la diferencia entre la vida y la muerte
La problemática no acaba una vez pisan suelo europeo. Una nueva etapa acaba de comenzar. Plagada de conflictos, dificultades y complicaciones. Isabelle, tras años en España, aún lucha contra las barreras culturales, del idioma y burocráticas. “Cuando llegué, la policía escribió mal mi nombre. Eso complicó todo: no podía convalidar mi título, ni regularizar mi situación. He tenido que volver a estudiar desde cero, mientras trabajo. Es un proceso agotador.”
Nos enfrentamos ante un sistema que no está dispuesto a facilitar la integración. A pesar del esfuerzo del individuo, cada paso es más difícil que el anterior.
El precio del sueño: sacrificio y silencio
Una vez de vuelta en Costa de Marfil, la historia cambia. No se cuentan las dificultades del viaje. Ni mucho menos la desesperación vivida al cruzar océanos, desiertos y fronteras. Se mantiene la ilusión, que crece ante la llegada de dinero y el contraste con la precariedad de la zona. Para quienes lo reciben. Aquellos que no han salido del entorno precario pero seguro, reciben un tesoro que no habrían conseguido sin el sacrificio de uno de lo suyos. Isabelle se sincera sin perder su característica sonrisa: “Aquí el dinero no alcanza. Pero cuando lo mando, allá parece mucho. La gente piensa que estoy bien, pero la realidad es otra.”
Dentro de la ignorancia, quienes emigran a Europa ofrecen la imagen de la abundancia en su estado más puro. No se habla de las habitaciones compartidas, la incertidumbre, los trabajos con condiciones cuestionables. Para los suyos, Isabelle encarna el éxito. Solo ella sabe todo a lo que ha renunciado para poder mandar algo a su familia. Jamás les confesará que realmente lo ha pasado mal. Si se presentara la oportunidad de recomendar la travesía, jamás lo haría. Es un proceso difícil y poco agradecido. Pero lo repetiría mil veces sin arrepentirse ni una sola vez, pues es gracias a ese sufrimiento que puede permitirse ayudar a su familia. Brindarles una oportunidad que jamás habrían tenido.
La migración es más que un proyecto o un sueño, es una válvula de escape. En una sociedad en la que lo común es la corrupción gubernamental y la falta de oportunidades. Para muchos, emprender este viaje no es un lujo, es una necesidad. Un intento desesperado por sobrevivir. Es un último recurso. Un rayito de luz. Es esperanza. Es supervivencia.
No existen certezas, las rutas están plagadas de batallas. Contra la naturaleza, traficantes, autoridades, e incluso, contra uno mismo. Komenan habla, la resignación se superpone en su tono: “Este que llega en la patera es el cordero de sacrificio. Su vida ya no es suya; pertenece a los que dejó atrás.”
Desde la distancia y la seguridad de lo conocido, el relato de quienes están fuera se vuelve fe. Pero la cara oculta, tan oscura que cuesta verla, esconde soledad, desgaste físico y una gran carga emocional. Dejar de lado los sueños y objetivos propios para convertirse en el pilar de una familia que has dejado atrás. Ellos son la historia. Son sacrificio. Son resistencia y fuerza.
Un grito de ayuda en un mundo ciego
La migración nunca ha sido un mero movimiento geográfico. Es una lucha de resistencia. Una revolución en contra de un sistema podrido y poco igualitario. No son números en un Excel. No son cuerpos físicos en movimiento. No son mercancía. Las estructuras políticas fomentan las desigualdades, y el éxodo se vuelve revolución. Resistencia. Pero el cambio debe ir más allá. No vienen a robar. No nos están invadiendo. El camino no es fácil. Es necesario que escuchemos ese grito de ayuda. Hemos de abrir los ojos y ver la cruda realidad.
Para complementar la información adjuntamos contenido multimedia de creación propia:
Especiales agradecimientos a:
- Ehui, Benys Isabelle
- Komenan, Dagauh
- Caballero, Chema
- Jurado, Ángeles (Casa África)
- Federación de Asociaciones Africanas de Murcia (FaAM)
Créditos:
- Fekih, Wissem
- Montesinos Arenas, David
- Orts Muñoz, Lucía